Por Jorge Calvo Martín, Profesor – director de innovación y analítica en Colegio Europeo de Madrid.
Un día como el 24 de enero, Día Internacional de la Educación, nos llama a entender cómo las aulas pueden convertirse en un espacio donde el alumnado no solo comprenda la Inteligencia Artificial (IA), sino que también adquiera las herramientas para influir en su desarrollo y aplicación responsable.
Este cambio requiere que la educación no solo forme en competencias técnicas, sino también en una conciencia crítica que permita analizar cómo estas tecnologías pueden influir en la sociedad. El alumnado debe comprender que la IA no solo se limita a aplicaciones sofisticadas, sino que también puede ser una aliada poderosa para resolver problemas cotidianos y globales.
Hablar de educación en IA es enfrentarse a una pregunta: ¿Cómo y cuándo comenzamos? Este desafío no es menor, incluso para docentes experimentados, integrar la IA en el currículo significa ir más allá de lo técnico. Como menciona la investigación “What Students Can Learn About Artificial Intelligence – Recommendations for K-12 Computing Education”, no basta con enseñar conceptos; necesitamos un enfoque que conecte estas herramientas con su impacto en la sociedad y fomente un uso crítico y ético.
Ver el aprendizaje de la IA desde un enfoque completo permite que el alumnado comprenda no solo su funcionamiento, sino también su impacto en el mundo que los rodea. Consideremos un ejemplo en el campo de la medicina: un sistema de IA diseñado para detectar cáncer de piel a partir de imágenes. Este sistema, capaz de analizar millones de datos en segundos y detectar patrones imperceptibles para el ojo humano, ha demostrado una gran eficacia. El alumnado, al enfrentarse a este caso, primero aprende a identificar que este sistema utiliza IA gracias a las características que lo distinguen: el uso de aprendizaje automático para reconocer anomalías en las imágenes.
Sin embargo, la exploración no se detiene ahí. Se le invita a reflexionar sobre cómo esta tecnología impacta a la sociedad. ¿Podría reemplazar a los dermatólogos? Al analizar esta pregunta, el alumnado descubre que la IA no elimina el trabajo humano, sino que redefine su rol. Los médicos pueden delegar los casos más rutinarios al sistema, liberando tiempo para concentrarse en los diagnósticos más complejos que requieren su experiencia y juicio clínico.
Finalmente, el alumnado da un paso más: comprender cómo funciona este sistema a nivel técnico. Explora los algoritmos utilizados, los tipos de datos que entrenan al modelo y las decisiones que lo hacen funcionar. Este proceso no solo los prepara para entender la tecnología, sino también para participar en su desarrollo, transformándolos en agentes activos del cambio tecnológico y social. Este modelo no solo profundiza en los aspectos técnicos de la IA, sino que también conecta al alumnado con su dimensión humana, enseñándoles a usar la tecnología como un medio para resolver problemas reales y como un motor de cambio positivo.
Estamos en un mundo donde la automatización redefine cada aspecto de nuestra vida, desde la forma en que trabajamos hasta cómo interactuamos con la tecnología en nuestras actividades cotidianas. Este contexto exige que la educación se convierta en el gran igualador, un espacio donde el alumnado no solo aprenda a comprender las tecnologías que los rodean, sino también a ser parte activa en su transformación.
La educación tiene la capacidad de empoderar a los estudiantes, permitiéndoles adquirir no solo habilidades técnicas, sino también una visión crítica sobre el impacto que la tecnología tiene en la sociedad. Iniciativas como la investigación mencionada nos recuerdan que la inclusión es fundamental. Es vital garantizar que ningún estudiante quede atrás, promoviendo una alfabetización digital integral que fomente tanto el análisis como la reflexión ética. Estas habilidades serán cruciales en un futuro cada vez más complejo y tecnológicamente avanzado.
La verdadera fortaleza de la educación radica en su capacidad no solo para preparar a las personas a enfrentar los cambios, sino para liderarlos. Una generación formada en Inteligencia Artificial no se limitará a comprender cómo funcionan los sistemas inteligentes; también tendrá la capacidad de garantizar que estas herramientas se utilicen en beneficio del bien común. Un estudiante que entiende la IA podría identificar su aplicación en contextos como la medicina, donde las tecnologías automatizadas ya están ayudando a detectar enfermedades de manera precoz y precisa, y luego plantearse cómo estas pueden complementar el trabajo humano en lugar de reemplazarlo.
Este Día Internacional de la Educación es una oportunidad para renovar nuestro compromiso con una enseñanza que combine alfabetización digital, pensamiento crítico y responsabilidad social. Estas tres dimensiones no solo preparan a los estudiantes para los desafíos técnicos, sino que también los convierten en ciudadanos conscientes, capaces de liderar debates informados sobre la tecnología y su lugar en el mundo.